domingo, 31 de agosto de 2014

El camino de la felicidad (cara A)

No cabe duda que hay ciertos libros que te persiguen y te buscan incansablemente para subirse a tu tren. Hasta ahora todas nuestras lecturas han sido una pequeña casualidad consciente o no. La lectura de esta hoja de ruta, que tan bien ha explicado Pablo, ha sido un descubrimiento total para mí. Si bien él ha podido tener contacto con otros autores que tratan este tema, yo soy nueva en todos estos menesteres psico-filosóficos... La literatura había sido para mí una ventana hacia la imaginación y, con estas últimas lecturas, la ventana se ha vuelto más íntima, más mía: una ventana hacia mí misma... una puerta hacia el autoreconocimiento-descubrimiento.

Jorge Bucay nos transporta a su propia ventana para ayudarnos a abrir las nuestras... trata temas tan complejos como los sueños, los deseos, las ilusiones, el rumbo, el destino, las metas, las expectativas... unos los desmonta, otros los desnuda, otros los desdibuja para volverlos a trazar con la maestría de un pintor renacentista enamorado del detalle y siempre con el respeto del viejecito que ha vivido tanto como para saber que no quiere ser otra cosa más que alumno. Si uno deja atrás todos sus prejuicios y está dispuesto a cuestionarse y reconstruir, esta es, sin duda, su hoja de ruta. 

La felicidad es un camino; la brújula, nosotros mismos y el motor nuestros sueños-ilusiones. En el punto culminante de este libro, Bucay nos pregunta: ¿Para qué vives? 

Yo vivo para transcender más allá de mí misma, para disfrutar de los frutos sembrados en mí y en los que amo, incluso en los desconocidos que nunca amaré pero que reconoceré a mi alrededor. Vivo para transcender en el aquí y en el ahora, para descubrir sin miedos y sin límites todos los planos y los pliegues dentro de mí misma que se proyectan en mi curiosidad incansable volcada en esos sueños sin límite. Avanzar con tenacidad, constancia, con un aliento incansable, casi necio. Vivo para aprender del dolor, pero, sobre todo, de la felicidad, porque la felicidad para mí está en despertar y saberme encaminada, reconocer que vivo en paz porque respeto mi brújula, porque no estoy en guerra conmigo misma. Saberme disfrutando de la sencillez compleja de la existencia, de los momentos de sosiego y reposo, lejos de la ansiedad del más y de las engañosas proyecciones expectantes que nos hacen chiquitos en lugar de grandes; pues nos restan empuje, en lugar, de hacernos brincar sin miedo los acantilados de nuestros deseos más salvajes pero, también, más brillantes y fructíferos. Vivo para respetar mi espacio y el del otro, para conocer mis límites y asomar la cabeza detrás de estos, para darle la espalda al rencor y al miedo... vivo para ser María Domínguez Gómez.

Podría llenar este espacio de los muchos fragmentos que tengo señalados, sin embargo, me quedaré con un cuento y una canción. Un cuento porque me encanta este recurso narrativo como puente para llegar a nuestros niños interiores, para ocuparse de esa forma de aprendizaje primaria y tan necesaria como el abrazo y el beso antes de dormir.

Cuenta la leyenda que antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura. Uno de ellos dijo:
-Pronto serán creados los humanos. No es justo que tengan tantas virtudes y tantas posibilidades. Deberíamos hacer algo para que les sea más difícil seguir adelante. Llenémoslos de vicios y de defectos; eso los destruirá.
El más anciano de los duendes dijo:
-Está previsto que tengan defectos y dobleces, pero eso sólo servirá para hacerlos más completos. Creo que debemos privarlos de algo que, aunque sea, los haga vivir cada día un desafío.
-¡¡Qué divertido!! -dijeron todos.
Pero un joven y astuto duende, desde un rincón comentó:
-Deberíamos quitarles algo que sea importante... ¿pero qué?
Después de mucho pensar, el viejo duende exclamó:
-Ya sé, vamos a quitarles la llave de la felicidad.
-¡Maravilloso, fantástico... excelente idea! -gritaron los duendes mientras bailaban alrededor de un caldero.
El viejo duende siguió:
-El problema va a ser dónde esconderla para que no puedan encontrarla.
El primero de ellos volvió a tomar la palabra:
-Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.
A lo que inmediatamente otro miembro repuso:
-No, recuerda que tienen fuerza y son tenaces; fácilmente, alguna vez, alguien puede subir y encontrarla y si la encuentra uno, ya todos podrán escalarlo y el desafío terminará.
El tercer duende propuso:
-Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.
Un cuarto todavía tomó la palabra y contestó:
-No, recuerda que tienen curiosidad; en determinado momento algunos construirán un aparato para poder bajar y entonces la encontrarán fácilmente.
El tercero dijo:
-Escondámosla en un planeta lejano de la Tierra.
A lo cual los otros dijeron:
-No, recuerda su inteligencia, un día alguno va a construir una nave en la que puedan viajar a otros planetas y la van a descubrir.
Un duende viejo, que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás, se puso de pie en el centro y dijo:
-Creo saber dónde ponerla para que realmente no la descubran. Debemos esconderla donde nunca la buscarían.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono:
-¿Dónde?
El duende respondió:
-La esconderemos dentro de ellos mismos... muy cerca de su corazón.
Las risas y los aplausos se multiplicaron.Todos los duendes reían:
-Ja... ja... ja... Estarán tan ocupados buscándola fuera, desesperados, sin saber que la traen consigo todo el tiempo.
El joven escéptico acotó:
-Los hombres tienen el deseo de ser felices, tarde o temprano alguien será suficientemente sabio para descubrir dónde está la llave y se lo dirá a todos.
-Quizás suceda así - dijo el anciano de los duendes- pero los hombres también poseen una innata desconfianza de las cosas simples. Si ese hombre llegara a existir y revelara que el secreto está escondido en el interior de cada uno... nadie le creerá.

Y una canción porque es la forma de aprendizaje más oral y efectiva que conozco, desde aprender un idioma nuevo hasta la fórmula matemática más compleja se vuelven más pegadizos y se asimilan mejor si se acompañan de un buen compás. Así que para nunca olvidar, un tango: "Uno".


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