domingo, 12 de julio de 2015

La Mano de la Buena Fortuna (cara A)


La lectura de unos haikus (poemas japoneses) hizo que entrase en mi vida la persona que nos regaló la oportunidad de leer este libro, muchos años antes de saber que compartiríamos un amigo en común. Siempre me ha maravillado el concepto de lectura: la aventura de recolectar palabras, plantar sus semillas y hacerlas crecer en los huertos mentales de los lectores; sin embargo, la concepción que plantea Goran Petrović va mucho más allá. Mi fragmento favorito del libro recupera los distintos tipos de lectores en boca del mejor amigo del corrector de estilo, un bibliotecario: "Existen tres tipos de lectores según Goethe. El primero, que disfruta sin reflexionar. El tercero, que reflexiona sin disfrutar. Y el intermedio, que reflexiona disfrutando y disfruta reflexionando, la clase que, en realidad, recrea una obra de arte". Tras leer este libro, tendríamos que agregar un cuarto, aquel que va más allá de recrear pues genera otro mundo, otra dimensión en la que se puede vivir, enamorarse, crear, soñar... un mundo que traspasa las fronteras dimensionales y nos lleva a descubrir, al cerrar el libro, pies mojados tras pasear en playas de arena verbal o cuerpos llenos de besos con sabor a tinta. 

Esta novela ha representado para mí darle la vuelta al concepto de lectura para generar una visión refrescante, única y apasionada del clásico "la lectura es un viaje donde la imaginación es tu pasaporte". Petrović concibe la lectura como un pasadizo donde las palabras son el cimiento y el puente entre tu aquí y el mío, entre tu siempre y el mío. Todo por compartir palabras. Me ha maravillado la gracia del léxico, la búsqueda obsesiva y compulsiva de palabras por parte de Anastas dejando atrás su fortuna e, incluso, los objetos que generaban esos grafos al rescate de palabras perdidas como si se tratase de una expedición "arqueolingüística". Debo confesar que me emocionó especialmente saber que uno de los personajes principales era corrector de estilo, pude empatizar y emocionarme con la descripción de su "modus vivendi" y los quebrantos que suponía para él ese amor incondicional y el respeto divino hacia el léxico, pude reírme con la radiografía de nuestros clientes indignados y padecer con él la batalla entre la rigidez y la flexibilidad lingüística buscando que nuestros hilos no se noten al zurcir un texto. En toda novela uno genera cierta preferencia hacia unos personajes u otros, en este caso, sentí una atracción especial por cada uno de los personajes, sin importar que se tratase de secundarios o principales, cada uno fue un agujero negro que me atraía irrefrenablemente hasta que me perdía en la composición de su historia, en la elección de las palabras como su propia forma de vida. Para mí, el autor verdaderamente insufla vida a sus personajes, vibran y traspasan las líneas hasta acompasarse con el ritmo de tu corazón llenándose de uno para seguir latiendo en papel. Y el nexo de todos ellos, como el de casi todos los seres humanos: el amor. Un amor que no tiene que ser necesariamente correspondido porque el amor sólo le pertenece al que lo genera aunque asumir esta verdad siempre hiere. Todos los personajes viven inmersos en el círculo vicioso de un amor por nadie recibido que finalmente se rompe con la última línea del texto: "Es demasiado tarde para hacer algo... Ya cruzaron la línea del horizonte". 

Recomiendo este libro a todos aquellos lectores que busquen nuevas perspectivas; aquellos, filólogos o no, que traten al idioma con el mismo respeto que tratamos a nuestros mayores porque de ellos venimos, de ellos somos y a todos los que busquen una historia multidimensional pegajosa para el alma.

La Mano de la Buena Fortuna (cara B)

"читати", "живети" y "конвергирати" son tres verbos en lengua serbia que significan: "leer", "vivir y "confluir". No se confundan, no hablo serbio ni siquiera conozco bien el alfabeto cirílico pero conozco las palabras leer, vivir y confluir. Éstas tienen su equivalencia en el idioma hablado en Serbia, lugar donde nació Goran Petrović, el autor de la novela analizada en esta ocasión.

Gracias a un lector de este blog (Lenin), recibimos la recomendación de leer este libro. Su historia tiene una relación temática con nuestro blog: personas que realizan una "lectura total", o sea, lectores que se sientan en diferentes lugares geográficos a consultar el mismo texto y se reúnen entre las páginas escenarios, o más específicamente, en los escenarios recreados en la ficción. De este modo, yo puedo estar en mi cama acostado leyendo cualquier libro de mi preferencia y concertar una cita con María, quien desde su locación y con la misma edición del libro en sus manos, podrá verme en la página 253, por ejemplo.

La manera en que se logra esto no es tan complicada. Los personajes lectores entran en la historia por medio de las descripciones menos desarrolladas, imaginando y completando la información que el narrador sólo sugiere. Me gustaría contar más de la novela pero es más sencillo encontrar una descripción general en otros blogs al respecto. Aquí, por ejemplo.

Me interesa compartir las emociones que sentí como lector al encontrarme esta obra. Primero, siento que es un homenaje a las palabras. Petrović hace hincapié al idioma serbio, a términos utilizados en libros antiguos o vocablos que ya pocas personas usan y, por el mismo motivo, su realidad en el mundo desaparece cuando dejan de hablarse. Uno de los personajes en la historia comienza a escribir una novela como si estuviera construyendo una mansión, su materia prima es la lengua y precisamente recurre a términos ya olvidados para darle forma a su construcción, de esa manera rescata realidades (palabras) con fechas de nacimiento ya olvidadas y, así, las enaltece. Materializar la ficción habitándola, eso es una forma de expandir los espacios de la realidad.

Segundo. Hago una analogía con la identidad e incluso la existencia de cada persona gracias al vocabulario que cada uno posee. ¿Quiénes seríamos si no conociéramos ciertas palabras? ¿Ciertas realidades?: "Usted estuvo leyendo el libro y se topaba con palabras que ya no valen nada… Es obra de ellas… Tenga cuidado… Pueden robarle hasta lo que usted lleva en sus ojos." (La Mano de la Buena Fortuna, p. 207).

Finalmente, no hay mayor aventura, peligro o transformación que la de un libro como proveedor de visiones del mundo. Como fuente a la que se recurre para abrevar a la sed de nuestra imaginación. Como espacio donde a veces, estando tierra adentro, podemos viajar y pisar la arena junto a la playa para luego encontrarla dispersa por los rincones de nuestra morada.

martes, 3 de febrero de 2015

Te llamaré Viernes (cara A)

Este libro llevaba casi diez años llamándome poderosamente la atención mientras reposaba en la estantería materna entre otros lomos que también se alzaban como voluntarios, pero, fue la casualidad la que marcó que Pablo se lo encontrase también en la FIL (la famosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara) para que nos decidiéramos a comenzar su lectura entre dos.

Pues bien, debo decir que estas páginas me han generado una mezcla interesante de sentimientos: por momentos me sentía perdida, casi desorientada (sobre todo al comienzo y casi hasta la mitad del libro), otras veces sentía lástima, disgusto, animadversión, incluso asco en ciertos pasajes, asombro, ternura, admiración, curiosidad, simpatía y empatía casi al unísono, pero nunca indiferencia, nunca desgana o abandono; las páginas me picaban entre los dedos para desgranar el final. El universo de personajes es tan urbano, tan real que todos podemos contar con casi uno de ellos en nuestra biografía. Los personajes giran alrededor de Benito, un cuarentón bastante poco agraciado físicamente e interiormente, temeroso de todos y de todo que nos lleva al viaje del recuerdo unas veces, mezclando el tiempo presente y pasado en la misma narración, y otras, descuartizando al personaje que es la sociedad en sí misma.

Mi personaje favorito ha sido, sin duda, el dueño del bar y filósofo enamorado de las prostitutas, Polibio. Sus intervenciones eran el aire fresco que filtraba el ambiente denso de la narración. Lo que no me ha gustado demasiado ha sido la pérdida de protagonismo y de fuerza de este personaje a medida que se acercaba el final del libro. Esto me ha dejado un regusto agridulce que me lleva a pensar que la autora ha perdido un poco el control de la historia, como cuando dejamos una gaseosa mal cerrada y va perdiendo gas. Lo que sigue es un fragmento de una de sus intervenciones, su teoría de las princesas:

"He aprendido a fijarme, las he buscado y las he conocido a distancia. El alcohol actúa sobre ellas como el revelador sobre las películas fotográficas, las saca a flote, las desnuda. Nunca pierden los nervios, nunca hacen el ridículo. Son pudorosas y poco habladoras, como los buenos bebedores. Prefieren la barra a las mesas y, si pueden, se sientan, porque beben despacio y desde luego con método. No importa cómo hayan llegado al bar en cuestión, con cuánta gente, en qué circunstancias. Si deciden invocar la gracia de la ebriedad, beberán solas. Esto es importante, porque no existe una técnica más fiable para identificarlas. Y hablarán cuando se les pregunte, comentarán cualquier cosa cuando les parezca conveniente, saludarán a los que llegan y se despedirán de quienes de van, pero mientras beben, lenta y metódicamente, estarán solas. Al rato, advertirás un brillo especial en sus ojos, y una sonrisa absurda, intermitente, que de vez en cuando aflora a sus labios sin causa alguna, sin origen y sin destino. Esa es la señal, la marca de su casta. Entonces se debe renunciar a la última esperanza porque son princesas, tercas, tenaces y distantes como diosas, mujeres de nadie..."

Este libro está plagado de etiquetas, aquellas que nos catalogan como sociedad: "guapo-feo", "listo-tonto", "pueblerino-ciudadano", "rico-pobre", "sociable-solitario", etc. Todo un desfile de etiquetas que muestran cómo sólo sirven para congelar el corazón, en este caso el de Benito, amordazando su capacidad de hacer para vivir en un constante intento fallido. Sin embargo, la llegada de Viernes, Iris, Víctor o Manuela y su partida es el atentado sangriento al ser de cartón que es para llenar su vida de un quizás con número, el número tres. Este libro es ideal como compañero de viaje quizás de cortos y múltiples trayectos o bien, en caminos largos y tortuosos, pero, lo que está garantizado es que hay que abordarlo con un sentido crítico, con los ojos abiertos y el alma atenta y quizás con el espíritu un poco embriagado y trasnochado. Una delicia contemporánea, un poco de aquí y ahora.  

Te llamaré Viernes (Cara B)

La primera vez que estuve en Madrid fue hace diez años (cuando tenía 21), mientras estudiaba de intercambio en la Universidad de Oviedo. Visité la ciudad y ocurrió que fue la primera vez que sentí el golpe de una urbe cosmopolita frente a mis ojos. Antes de ese viaje ya había conocido muchos sitios de México, pero nunca una ciudad así (ni la Ciudad de México me había causado esa impresión). Las construcciones, los rostros multiétnicos, las aglomeraciones, incluso la actitud de los tenderos de algunos bares: no había sentido antes, como lo fue en España y luego en otros lugares de Europa, que llegar a un bar era como entrar a una casa donde ya existe una familia, donde todos se conocen y no se "presta un servicio" sino que se entra a un convivio de sangre.

¿Y a qué viene esta entrada para el libro que hoy nos disponemos a comentar? Bueno Te llamaré Viernes (Almudena Grandes, Tusquets, 1991) toma lugar en Madrid, en un Madrid lleno de islas humanas y que en algunos momentos sentí la primera vez que fui. Concuerdo con María en la dificultad para fluir con la novela, a veces es esquiva y barroca pero también no me dejó indiferente como lector. Benito, uno de los personajes principales, padeció la violencia en casa al tener un padre machista y violento (su madre sufrió mucho las consecuencias); siendo niño su madre los abandona y esto marca la personalidad de Benito profundamente.

La fealdad y la soledad son dos temas abordados en la novela por medio de personajes marginales, los cuales se contrarrestran con la inocencia y el reconocimiento en el otro, como lo es Benito y Manuela (alias Iris, Víctor o Viernes) o con Polibio. A pesar de no decirlo abiertamente, la autora hace muchas referencias a otras novelas y películas, la más obvia es a Robinson Crusoe, el famoso navegante de York que debe vivir solo en una isla desierta por 28 años y donde salva a un nativo al cual nombra Viernes.

 Hay un pasaje en la trama donde el pequeño Benito se da cuenta de su individualidad, de ser alguien independiente de su padre y madre. “La inteligencia es la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas” dice un dicho popular y es ésta la condición con la cual Benito debe luchar durante su adultez. La manera en que Benito afronta este reto es brutal y dota de originalidad a la historia.

Por último, he pensando mucho en los cuentos mientras leía la novela. En como vamos narrando nuestras vidas, nuestros viajes, nuestras anécdotas de vida por una parte y, por otra, en como los cuentos más antiguos, las novelas más modernas, los poemas que llegan por azar, nos dan luz también sobre nuestras vidas: un diálogo entre el Pangea y las islas de nuestro ser.