martes, 3 de febrero de 2015

Te llamaré Viernes (cara A)

Este libro llevaba casi diez años llamándome poderosamente la atención mientras reposaba en la estantería materna entre otros lomos que también se alzaban como voluntarios, pero, fue la casualidad la que marcó que Pablo se lo encontrase también en la FIL (la famosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara) para que nos decidiéramos a comenzar su lectura entre dos.

Pues bien, debo decir que estas páginas me han generado una mezcla interesante de sentimientos: por momentos me sentía perdida, casi desorientada (sobre todo al comienzo y casi hasta la mitad del libro), otras veces sentía lástima, disgusto, animadversión, incluso asco en ciertos pasajes, asombro, ternura, admiración, curiosidad, simpatía y empatía casi al unísono, pero nunca indiferencia, nunca desgana o abandono; las páginas me picaban entre los dedos para desgranar el final. El universo de personajes es tan urbano, tan real que todos podemos contar con casi uno de ellos en nuestra biografía. Los personajes giran alrededor de Benito, un cuarentón bastante poco agraciado físicamente e interiormente, temeroso de todos y de todo que nos lleva al viaje del recuerdo unas veces, mezclando el tiempo presente y pasado en la misma narración, y otras, descuartizando al personaje que es la sociedad en sí misma.

Mi personaje favorito ha sido, sin duda, el dueño del bar y filósofo enamorado de las prostitutas, Polibio. Sus intervenciones eran el aire fresco que filtraba el ambiente denso de la narración. Lo que no me ha gustado demasiado ha sido la pérdida de protagonismo y de fuerza de este personaje a medida que se acercaba el final del libro. Esto me ha dejado un regusto agridulce que me lleva a pensar que la autora ha perdido un poco el control de la historia, como cuando dejamos una gaseosa mal cerrada y va perdiendo gas. Lo que sigue es un fragmento de una de sus intervenciones, su teoría de las princesas:

"He aprendido a fijarme, las he buscado y las he conocido a distancia. El alcohol actúa sobre ellas como el revelador sobre las películas fotográficas, las saca a flote, las desnuda. Nunca pierden los nervios, nunca hacen el ridículo. Son pudorosas y poco habladoras, como los buenos bebedores. Prefieren la barra a las mesas y, si pueden, se sientan, porque beben despacio y desde luego con método. No importa cómo hayan llegado al bar en cuestión, con cuánta gente, en qué circunstancias. Si deciden invocar la gracia de la ebriedad, beberán solas. Esto es importante, porque no existe una técnica más fiable para identificarlas. Y hablarán cuando se les pregunte, comentarán cualquier cosa cuando les parezca conveniente, saludarán a los que llegan y se despedirán de quienes de van, pero mientras beben, lenta y metódicamente, estarán solas. Al rato, advertirás un brillo especial en sus ojos, y una sonrisa absurda, intermitente, que de vez en cuando aflora a sus labios sin causa alguna, sin origen y sin destino. Esa es la señal, la marca de su casta. Entonces se debe renunciar a la última esperanza porque son princesas, tercas, tenaces y distantes como diosas, mujeres de nadie..."

Este libro está plagado de etiquetas, aquellas que nos catalogan como sociedad: "guapo-feo", "listo-tonto", "pueblerino-ciudadano", "rico-pobre", "sociable-solitario", etc. Todo un desfile de etiquetas que muestran cómo sólo sirven para congelar el corazón, en este caso el de Benito, amordazando su capacidad de hacer para vivir en un constante intento fallido. Sin embargo, la llegada de Viernes, Iris, Víctor o Manuela y su partida es el atentado sangriento al ser de cartón que es para llenar su vida de un quizás con número, el número tres. Este libro es ideal como compañero de viaje quizás de cortos y múltiples trayectos o bien, en caminos largos y tortuosos, pero, lo que está garantizado es que hay que abordarlo con un sentido crítico, con los ojos abiertos y el alma atenta y quizás con el espíritu un poco embriagado y trasnochado. Una delicia contemporánea, un poco de aquí y ahora.  

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