La lectura de unos haikus (poemas japoneses) hizo que entrase en mi vida la persona que nos regaló la oportunidad de leer este libro, muchos años antes de saber que compartiríamos un amigo en común. Siempre me ha maravillado el concepto de lectura: la aventura de recolectar palabras, plantar sus semillas y hacerlas crecer en los huertos mentales de los lectores; sin embargo, la concepción que plantea Goran Petrović va mucho más allá. Mi fragmento favorito del libro recupera los distintos tipos de lectores en boca del mejor amigo del corrector de estilo, un bibliotecario:
"Existen tres tipos de lectores según Goethe. El primero, que disfruta sin reflexionar. El tercero, que reflexiona sin disfrutar. Y el intermedio, que reflexiona disfrutando y disfruta reflexionando, la clase que, en realidad, recrea una obra de arte".
Tras leer este libro, tendríamos que agregar un cuarto, aquel que va más allá de recrear pues genera otro mundo, otra dimensión en la que se puede vivir, enamorarse, crear, soñar... un mundo que traspasa las fronteras dimensionales y nos lleva a descubrir, al cerrar el libro, pies mojados tras pasear en playas de arena verbal o cuerpos llenos de besos con sabor a tinta.
Esta novela ha representado para mí darle la vuelta al concepto de lectura para generar una visión refrescante, única y apasionada del clásico "la lectura es un viaje donde la imaginación es tu pasaporte". Petrović concibe la lectura como un pasadizo donde las palabras son el cimiento y el puente entre tu aquí y el mío, entre tu siempre y el mío. Todo por compartir palabras. Me ha maravillado la gracia del léxico, la búsqueda obsesiva y compulsiva de palabras por parte de Anastas dejando atrás su fortuna e, incluso, los objetos que generaban esos grafos al rescate de palabras perdidas como si se tratase de una expedición "arqueolingüística".
Debo confesar que me emocionó especialmente saber que uno de los personajes principales era corrector de estilo, pude empatizar y emocionarme con la descripción de su "modus vivendi" y los quebrantos que suponía para él ese amor incondicional y el respeto divino hacia el léxico, pude reírme con la radiografía de nuestros clientes indignados y padecer con él la batalla entre la rigidez y la flexibilidad lingüística buscando que nuestros hilos no se noten al zurcir un texto. En toda novela uno genera cierta preferencia hacia unos personajes u otros, en este caso, sentí una atracción especial por cada uno de los personajes, sin importar que se tratase de secundarios o principales, cada uno fue un agujero negro que me atraía irrefrenablemente hasta que me perdía en la composición de su historia, en la elección de las palabras como su propia forma de vida. Para mí, el autor verdaderamente insufla vida a sus personajes, vibran y traspasan las líneas hasta acompasarse con el ritmo de tu corazón llenándose de uno para seguir latiendo en papel. Y el nexo de todos ellos, como el de casi todos los seres humanos: el amor. Un amor que no tiene que ser necesariamente correspondido porque el amor sólo le pertenece al que lo genera aunque asumir esta verdad siempre hiere. Todos los personajes viven inmersos en el círculo vicioso de un amor por nadie recibido que finalmente se rompe con la última línea del texto: "Es demasiado tarde para hacer algo... Ya cruzaron la línea del horizonte".
Recomiendo este libro a todos aquellos lectores que busquen nuevas perspectivas; aquellos, filólogos o no, que traten al idioma con el mismo respeto que tratamos a nuestros mayores porque de ellos venimos, de ellos somos y a todos los que busquen una historia multidimensional pegajosa para el alma.