domingo, 26 de octubre de 2014

Las mil y una noches (cara A)

Las mil y una noches es una recopilación de relatos anónimos que llegaron a Europa en los tiempos de Luis XIV de las curiosas manos de un orientalista y diplomático francés llamado Galland. La traducción la hicieron de un manuscrito sirio y de los cuentos orales de un maronita de Alepo. Y diréis vosotros para qué nos cuenta María este rollo estilo Wikipedia, pues porque en la lectura se nota y mucho; esto sin olvidar que existen actualmente numerosas versiones que, incluso, mutilan los cuentos prescindiendo de unos o de otros (de esto ha sido víctima Pablo y os lo contará en su reseña). 

Os lo explico, para mí la lectura se ha dividido fundamentalmente en dos partes: Antes de Simbad el Marino (noche doscientas noventa y una) y después de Simbad. Debo confesaros que antes de Simbad la lectura me había arrastrado hacia la desidia, me obligaba a mí misma a continuar como quien asciende por un empinado risco, había momentos en los que disfrutaba de las vistas, claro que sí... pero la monotonía y el cansancio de un ritmo arcaico y desconectado en demasía de nuestro tiempo me tenían preguntándome: ¿¿¿!!!cómo voy a llegar a la última noche???!!! Y de repente un descanso, un delicioso riachuelo en la ascensión tortuosa: la conexión con mi realidad. El marino de nuestros cuentos infantiles... claro que en versión adulta, me mostró el camino que unía mi mundo con ese mundo en un principio extraño. Como mencioné en la entrada anterior, leer a los clásicos puede resultar complicado si no conseguimos conectarnos, pues necesitamos sentir que existe algún vínculo entre lo que leemos y nosotros ya que, de lo contrario, nuestro egoísmo natural toma protagonismo y nos hace distanciarnos de la lectura. Así que gracias, Simbad, después de ti la montaña se tornó menos inclinada y el oxígeno invadió las líneas. 

Cuando uno lee una recopilación suele enfrentarse a la deformidad o no uniformidad narrativa, lo que no ayuda a que encontremos nuestro puente con la historia. Leemos un cuento y otro y otro intentando cogerle el truco al asunto pero no lo conseguimos, demasiados espíritus mezclados, es ni más ni menos lo que pasa aquí. De este modo, Sherezada parece sufrir un ligero trastorno de personalidad además de poseer una imaginación poderosa. 

Durante la lectura, lo que más me gustaba era imaginarme la historia detrás de los cuentos, la vida de Sherezada, sus sentimientos, su miedo quizás a quedarse sin recursos. Me preguntaba si alguna vez habría sentido angustia ante la posibilidad de quedarse sin inventiva, ya que tres años de narración ininterrumpida con el peso de la muerte cual espada de Damocles no es cualquier cosa (digo yo que, en algún momento, se lo plantearía). De hecho, mi parte favorita, sin duda, fue el final pues, junto con trozos intercalados entre cuentos, es cuando se le da seguimiento a la vida de Sherezada; pero no os voy a estropear el final transcribiendo ese pedazo como siempre hago en mi fragmento favorito. Lo voy a sustituir por un pedazo poético tan brillante, evocador y sabio como este mundo oriental. El dicho se encuentra en la noche novecientas noventa y ocho (una de tantas historias de amor) y reza así:

Cuando nada existía, el amor ya existía, y cuando no quede nada, él perdurará, pues es lo primero y lo último. Es el pilar de la vida y está por encima de todo cuanto se pueda decir. Él es el compañero en un rincón de la tumba. Él es la hiedra que se liga al árbol y alimenta su vida en el corazón que devora.    

Quien quiera embarcarse en este viaje debe llevar esta lectura como cuando nos sentamos a escuchar a los abuelos. Ellos con su ternura y sagaz conocimiento de lo ya vivido en el tiovivo de la existencia, suelen repetirse (o eso nos parece a nosotros) pero siempre nos iluminan. Si yo me perdiera en un territorio insular de forma voluntaria llevaría este libro conmigo pues tendría el tiempo de tratar cada historia de forma separada, de estudiar su estilo, su conexión socio lingüística, su poesía, su magia, su evocación y así nunca podría aburrirme, las 1001 noches se convertirían en las eternas noches. Suelo además tener la suerte de involucrarme tanto con la lectura que siempre me contagio del "virus libro", es decir, suelo adoptar fórmulas, pensamientos, sueños, ideas y así ha sido con este libro... toda una bomba de tiempo, de sensualidad, de erotismo, de sabiduría, de narrativa, de fe, de imaginación desbordada, de gastronomía... un verdadero cóctel Molotov de las letras apto para todo el que quiera hacer desaparecer ese abismo entre oriente y occidente y cruzar el puente de los trece siglos que nos separan (aunque quizás no tanto). Intrépidos lectores con buena condición lectora o no disfruten sus noches.

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